ALGO DE SU GRANDEZA
Algo de lo que fuera el convento agustino, fue
uno de los templos que algún día dieron sentido a la frase “México, ciudad de
los palacios”. Su primer noviciado, destinado por el virrey Antonio de Mendoza,
en el barrio de Zoquipan (lugar de tierra fangosa), duró casi un siglo y medio,
hasta que en 1676 el fuego lo devoró en su totalidad durante tres días. La
magnificencia del nuevo claustro y sus dos templos no sólo radicaba en su
extensión, sino en su refinada arquitectura que iba del dórico romano al estilo
renacentista; su portada de mampostería muestra un relieve de San Agustín que
abre el paso a tres naves y cuatro capillas por lado, que poseyeron pinturas de
Cabrera, Zurbarán, Arteaga, Alcíbar y Villalpando, así como retablos de una
riqueza extraordinaria.
Los labrados en nogal de la sillería del coro,
que refieren a doscientos cincuenta y cuatro pasajes del Antiguo Testamento,
competían con los mejores de su tiempo. Asimismo, la sacristía que, como era
costumbre, era propiedad del marqués de Salvatierra, guardaba retablos
cubiertos de hoja de oro y lienzos de primer orden. Todo esto fue enviado a la
Academia de Bellas Artes luego de que las Leyes de Reforma expropiaran los
bienes de la Iglesia y sus monjes fueran exclaustrados.
El convento fue demolido, fraccionado y
vendido; la sillería rodó entre la escuela de sordomudos de Corpus Christi y la
preparatoria; el atrio y la sacristía deambularon entre la familia Escandón y
el estado republicano. Finalmente, los restos de aquel inmenso claustro fueron,
después de varios intentos, ocupados por la Universidad que a lo largo de un
siglo, desde 1867, los destinó para Biblioteca Nacional de México.
Roberto Samael C E
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