AHÍ YACE MIGUEL CABRERA
La
fundación del Convento de Santa Inés se inspira en esta forma de percibir el
mundo. Durante los años virreinales se forjó en la Nueva España la costumbre de
participar en la vida religiosa ingresando a algún miembro de la familia al
clero o bien aportando donaciones a las congregaciones necesitadas, siempre con
la esperanza de obtener el favor divino. A pesar de no tener hijos, el
matrimonio formado por doña Inés de Velasco y Diego de Caballero fundó el
Convento de Santa Inés, iniciando así su devenir, en una historia que ha
trascendido hasta nuestros días.
Doña
Inés de Velasco y Diego de Caballero poseían importantes negocios en la Nueva
España, ya que eran dueños del ingenio azucarero más importante del virreinato,
que se ubicaba en Amilpas cerca de Cuautla. Por su parte, el padre de Inés,
Bernardino del Castillo, estuvo al servicio de Hernán Cortés como mayordomo, en
la conquista del mar del Sur y en las expediciones a California, hecho que le
valió los títulos de alcalde ordinario en 1558 y de la Mesta un año después. De
igual forma fue premiado con ricas tierras, incluyendo un importante solar en
la Ciudad de México que heredó a su hija. La unión de ambas fortunas fructificó
en limosnas para la iglesia de San Francisco y en la fundación de un monasterio
novohispano que albergara a jóvenes sin recursos que desearan ingresar al
convento y dedicar su vida a la oración. En aquel tiempo existían ya 10
fundaciones en la Ciudad de México pero eran insuficientes y no cualquier
familia podía aspirar a ellas. Santa Inés nacería totalmente de la iniciativa
privada, con la autorización eclesiástica correspondiente; no se cobraría dote
y, según el testamento de doña Inés, sus bienes servirían para cubrir por
completo los gastos de sus habitantes. Terminada en 1770, la iglesia resulta
interesante sobre todo por los relieves en madera que hay en sus puertas
exteriores, y por su cúpula, graciosamente adornada con fajas de azulejos que
semejan rebozos. Considerado como un templo de transición entre el estilo
barroco churrigueresco y el neoclásico que floreciera en el siglo XIX, esta
iglesia pertenecía al Convento de Monjas del mismo nombre y en cuyo claustro se
alberga hoy el Museo José Luis Cuevas. En este templo fue enterrado Miguel
Cabrera, reconocido pintor novohispano.
Miguel
Cabrera nació en Antequera de Oaxaca en 1695. Los nombres de sus padres son
desconocidos, pero de sus tíos se tiene noticia de que fueron una pareja de
mulatos. Se presume que se formó en el taller de José de Ibarra en donde inicia
su actividad artística hacia 1740. Cabrera tal vez sea el pintor novohispano
más conocido en México, puesto que se le atribuyen trescientas obras
aproximadamente. Por una parte, se encuentra su pintura relativa a la vida de
diversos santos, como Vida de San Ignacio en la Iglesia de La Profesa en la
Ciudad de México y Vida de Santo Domingo en el monasterio de la misma ciudad.
Su obra ganó tal fama y reconocimiento en la Nueva España que llegó a ser
pintor de cámara del arzobispado de México, Manuel Rubio y Salinas.
La pinturas es del pintor de origen oaxaqueño Don Miguel Cabrera y se titula, el suplicio de Santa Prisca. |
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