domingo, 9 de noviembre de 2014

CABALLITO DE CARLOS IV

OBRA DE MANUEL TOLSÁ
La proclamación en 1788 de  Carlos IV, como nuevo Rey de España, dio lugar a que don Ignacio Costera  y don Bernardo Bonabia  hicieran la propuesta al Virrey de Revillagigedo de construir dos estatuas ecuestres en honor tanto del nuevo Rey Carlos IV, como de su antecesor  Carlos III. Por falta de recursos solamente pudo construirse una de ellas, la de Carlos IV, y fue colocada en la Plaza Mayor sobre un pedestal de mármol, pero tuvo que ser  tallada en madera  por Santiago Sandoval indígena del barrio de Tlatelolco. Como era de esperarse esta estatua tuvo una corta duración y al cabo de dos años se encontraba prácticamente destruida.
Para el 12 de julio de 1794, un nuevo virrey llegó a la Nueva España, don Miguel de la Grúa Talamanca, Marqués de Branciforte que había dejado muy mala reputación en España, por una serie de actos de corrupción que indujeron a Carlos IV a llamarle fuertemente la atención. Para congraciarse con el rey,  Branciforte envió una carta solicitándole que accediese a que  en la Plaza Mayor de México se le erigiese una nueva estatua ecuestre en bronce, que substituiría a la anterior ya desaparecida. En aquella  carta se decía que la escultura tendría un costo de 18,700 pesos, pero que serían cubiertos en su totalidad  por el mismo virrey. Anexos se enviaron los proyectos de la escultura y del pedestal que habían sido diseñados por el arquitecto y escultor don Manuel Tolsá, por aquel entonces el Director de Escultura en la Real Academia de San Carlos.
Manuel Tolsá nacido en España, salió de Cádiz en febrero de 1791 y llegó a México en ese mismo año, venía para asumir el cargo de Director de Escultura de la Academia de San Carlos de muy reciente creación. Para entonces el prestigio de Tolsá era ampliamente reconocido en España en donde había sido escultor de cámara del rey. A su llegada a México Tolsá participó en distintos proyectos, entre ellos los de supervisión de las obras del desagüe del Valle de México, la nueva introducción de aguas potables y los Baños del Peñón. Para obtener el título de académico de mérito en arquitectura, presentó tres dibujos, uno de ellos con el proyecto para la erección del Colegio de Minería.
Por tal motivo cuando Manuel Tolsá fue llamado para realizar el proyecto de la escultura de Carlos IV, ya tenía una amplia experiencia y una reconocida trayectoria en México. Para mediados de 1796 en que Tolsá inició sus trabajos, las dificultades no se hicieron esperar al no poder reunirse  los 600 quintales (un quintal es igual a 46 kilogramos por lo que hablamos de 27.6 toneladas) de metal necesarios para la fundición. Tolsá, suspendió los trabajos y recurrió a una solución alterna, que consistía en realizar una  escultura  provisional tallada en madera, mientras se obtenía el mineral requerido. Después de enfrentar varios problemas, por fin la escultura estuvo terminada.
Finalmente y ya durante la época en que la Ciudad de México buscaba extenderse hacia el poniente el bronce fue llevado al cruce del Paseo de Bucareli (Antes Paseo Nuevo) y la Avenida Juárez (antes del Calvario). La decisión la tomó el entonces alcalde de la Ciudad de México, Miguel Lerdo de Tejada, quien decidió que el proyecto para elaborar el pedestal donde se instalaría el bronce sería Lorenzo de la Hidalga. El traslado de la escultura inició el 3 de septiembre y terminó el día 24, cuando finalmente fue depositada en su nuevo pedestal. Ahí compartió el cruce con los Indios Verdes, que fueron colocados en 1891 y retirados años después. El Caballito se convirtió en un punto de referencia de la capital. Bordeada por el Toreo, la naciente colonia Tabacalera, el creciente comercio en Bucareli, y la llegada del tranvía eléctrico. A su lado se construyeron nuevas vialidades  para la llegada de los vehículos a motor.
En 1979, autoridades del Departamento del D. F., del Instituto Nacional de Antropología e Historia y del Instituto Nacional de Bellas Artes determinaron que el caballo realizara su última cabalgata. El 27 de mayo, la escultura fue retirada del emplazamiento que tuvo durante 127 años, y “empaquetada”. El 28 de agosto, la escultura fue inaugurada en la plaza bautizada con el nombre de su autor, Tolsá, en la calle Tacuba; donde se encuentra el Museo Nacional (MUNAL) y el Palacio de Minería.

viernes, 31 de octubre de 2014

EL PALACIO DE MINERÍA

LOS METEOROS EN EL CENTRO HISTÓRICO
Justo en el centro de una de las ciudades más grandes del mundo el D. F., hay expuestos para los curiosos y visitantes que gustan de los misterios del espacio cuatro moles de metal que llegaron del cielo. Se encuentran en uno de los palacios con varios siglos de historia en el Centro Histórico, en un edificio de gran importancia y del cual aquí conoceremos un poco más de esa edificación y de esos visitantes del cielo.
El Palacio de Minería constituye la obra maestra del neoclasicismo en América. Planeado y construido de 1797 a 1813 por el escultor y arquitecto valenciano Manuel Tolsá para albergar al Real Seminario de Minería, a fin de formar académicos especialistas en la explotación de minas. Se encuentra en la Ciudad de México en la calle de Tacuba frente a la Plaza Manuel Tolsá, inaugurada en 1979 con la colocación de la escultura ecuestre de Carlos IV conocida como “El Caballito”, pieza elaborada por este gran artista.
El majestuoso monumento de elegancia de formas y exactitud de proporciones en el que se conjugan luz, espacio y funcionalidad, es una de las construcciones más relevantes dentro de la arquitectura mexicana; forma parte del patrimonio artístico y cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México y se encuentra bajo el resguardo de la Facultad de Ingeniería.
Forman parte de su arquitectura: la extraordinaria Antigua Capilla, el Salón de Actos, el Salón del Rector, el Salón del Director, la Galería de Rectores y la Biblioteca, conservándose en algunos de ellos ejemplos de magnífica pintura mural (S. XIX); y el recientemente creado Museo de homenaje a Manuel Tolsá en el que es posible contemplar obras del artista valenciano y de personajes de su época. A estos recintos se suman cinco patios; el principal en dos cuerpos, enmarcado con arcos, bellas pilastras y singulares columnas, da acceso a una señorial escalera.
Y a la entrada de este importante inmueble, es donde uno puede apreciar estos cuatro meteoros que han caído en el territorio nacional en especial al norte del país. La importancia y relevancia de estas moles del espacio es muy trascendente, se ha llegado a teorizar que los meteoritos son como el polen del Universo, los sembradores de vida, pues se cree que fue uno de estos visitantes el que contribuyo a formar ese caldo de cultivos bacteriológicos del que mucho tiempo después, emergió el primer ser vivo en la tierra, pero también pueden causar graves cambios en donde caen y para nosotros ahora un visitante de mayores proporciones podría acabar con la vida en el planeta. Y es ahí donde los amantes por los visitantes siderales, pueden ir a ver y apreciar algo de lo mucho que constantemente cae en nuestro México, en el planeta.

domingo, 8 de junio de 2014

LA PIRÁMIDE DEL METRO PINO SUAREZ

EL DIOS DEL VIENTO EHÉCATL
Por Roberto S. Contreras Esparza

Vivimos en una gran ciudad que se erigió encima de otra por tal motivo, es hasta “común” encontrar vestigios de esa grandeza de nuestro pasado, lamentablemente, muchas veces por ignorancia o desinterés vemos edificaciones increíbles a las que no les prestamos la atención que merecen, pero cuando les damos un poco de atención, cuando nos paramos a ver sus detalles y a conocer lo que representan, nos damos cuenta de toda la historia que se ha depositado ahí, en ellas a través de los años y nos hace pensar e imaginar en sus constructores, que función tenían, para que las hicieron y sobre todo, de esa vibra acumulada a través del tiempo. Como es lo que sucede con esta construcción, la Pirámide del Metro Pino Suarez.

El icono utilizado en la estación metro Pino Suarez, representa a la pirámide ubicada sobre el trasborde de misma estación en la Ciudad de México. Esta construcción está relacionada con el dios Ehécatl (dios del viento) y para algunos estudiosos de la cultura mexica, Ehécatl era tan venerado como Tláloc o Quetzalcóatl. La pirámide fue descubierta durante las excavaciones para la construcción de la estación Pino Suárez y señala el límite sur de la gran Tenochtitlan. Y ese emplazamiento único y privilegiado, hace que sea contemplada cada año por 54 millones de personas, que por comparar, es 21 veces más que las personas que visitan la Zona Arqueológica de Teotihuacán. Obviamente, esta visita se debe al flujo de las personas y es involuntaria y no así la de Teotihuacán.

Es la Zona Arqueológica más pequeña de México puesto que solo ocupa un espacio de 80 metros cuadrados. Y afortunadamente se ha restaurado y se conserva el sitio para el aprecio de quien quiera verla. Esta pirámide forma parte de un gran recinto ceremonial localizado en la calle de José María Izazaga. Contaba con un gran patio, escalinatas en tres de sus lados, varios adoratorios colocados en el centro, habitaciones conectadas entre sí por pasos exteriores, canales y muros que constituían un corredor de acceso de la calzada de Iztapalapa a México Tenochtitlan.

La mayor parte de las estructuras fueron destruidas durante la construcción del metro, aunque se pudieron rescatar algunas piezas depositadas en su interior como ofrendas. La más famosa de ellas es la figura conocida como “La monita”. Una extraña y rarísima escultura labrada y pintada en rojo y negro, que representa la figura de un mono que lleva la máscara bucal del dios del viento Ehécatl.

Una de las características de esta pirámide, es que cuenta con cuatro grandes etapas constructivas similares a los del Templo Mayor de México-Tenochtitlan. El patio, de buenas proporciones, tenía escalinatas en tres de sus lados (norte, sur y este), varios adoratorios colocados al centro, celdas habitacionales comunicadas entre sí por medio de pasos exteriores, muros y, hacia el norte, una gran plataforma que le daba unidad arquitectónica. Cabe destacar que en cada uno de los adoratorios se recuperaron ofrendas importantes.

EHÉCATL DIOS DEL VIENTO

Usualmente se le interpreta como una de las manifestaciones de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, tomando el nombre de Ehécatl-Quetzalcóatl, apareciendo en el aliento de los seres vivos y en las brisas que traen las nubes con lluvia para los sembradíos. Y se cuenta históricamente que, es uno de los dioses principales de la creación y héroe cultural en las mitologías de creación del mundo. Su aliento inicia el movimiento del Sol, anuncia y hace a un lado a la lluvia. Trae vida a lo que está inerte. Se enamoró de una muchacha humana llamada Mayáhuel, y le dio a la humanidad la habilidad de amar para que ella pudiera corresponderle su pasión. Su amor fue simbolizado con un hermoso árbol, el cual crece en el lugar en el que llegó Ehécatl a la tierra.

Según el mito azteca, luego de la creación del quinto sol, éste estaba fijo en un punto del cielo, al igual que la luna, hasta que Ehécatl soplo sobre ellos y los puso en movimiento. Usualmente era representado con una máscara bucal roja en forma de pico. Con ella limpiaba el camino para Tláloc, dios de la lluvia, y los Tlaloques, dioses menores de la lluvia. En ocasiones se le representaba con dos máscaras, tiene un caracol en el pecho, pues el viento es usado para tocar el caracol, y asemeja el sonido del viento; Sus templos normalmente tenían forma circular, para tener menor resistencia al viento y ayudar a su circulación. A veces se le asociaba con los cuatro puntos cardinales, pues el viento viene y va en todas direcciones.

Se le representaba con diversos nombres según el lugar donde procedía. Su aliento inicia el movimiento del sol, anuncia y hace a un lado a la lluvia. Trae vida a lo que está inerte. Se enamoró de una muchacha humana llamada, Mayáhuel, y le dio a la humanidad la habilidad de amar para que ella pudiera corresponderle su pasión. Su amor fue simbolizado con un hermoso árbol, el cual crece en el lugar en el que llegó Ehécatl a la tierra. Según el mito mexica, luego de la creación del quinto sol, éste estaba fijo en un punto del cielo, al igual que la luna, hasta que Ehécatl soplo sobre ellos y los puso en movimiento.

viernes, 3 de enero de 2014

IGLESIA DE SANTA INÉS

AHÍ YACE MIGUEL CABRERA
La fundación del Convento de Santa Inés se inspira en esta forma de percibir el mundo. Durante los años virreinales se forjó en la Nueva España la costumbre de participar en la vida religiosa ingresando a algún miembro de la familia al clero o bien aportando donaciones a las congregaciones necesitadas, siempre con la esperanza de obtener el favor divino. A pesar de no tener hijos, el matrimonio formado por doña Inés de Velasco y Diego de Caballero fundó el Convento de Santa Inés, iniciando así su devenir, en una historia que ha trascendido hasta nuestros días.
Doña Inés de Velasco y Diego de Caballero poseían importantes negocios en la Nueva España, ya que eran dueños del ingenio azucarero más importante del virreinato, que se ubicaba en Amilpas cerca de Cuautla. Por su parte, el padre de Inés, Bernardino del Castillo, estuvo al servicio de Hernán Cortés como mayordomo, en la conquista del mar del Sur y en las expediciones a California, hecho que le valió los títulos de alcalde ordinario en 1558 y de la Mesta un año después. De igual forma fue premiado con ricas tierras, incluyendo un importante solar en la Ciudad de México que heredó a su hija. La unión de ambas fortunas fructificó en limosnas para la iglesia de San Francisco y en la fundación de un monasterio novohispano que albergara a jóvenes sin recursos que desearan ingresar al convento y dedicar su vida a la oración. En aquel tiempo existían ya 10 fundaciones en la Ciudad de México pero eran insuficientes y no cualquier familia podía aspirar a ellas. Santa Inés nacería totalmente de la iniciativa privada, con la autorización eclesiástica correspondiente; no se cobraría dote y, según el testamento de doña Inés, sus bienes servirían para cubrir por completo los gastos de sus habitantes. Terminada en 1770, la iglesia resulta interesante sobre todo por los relieves en madera que hay en sus puertas exteriores, y por su cúpula, graciosamente adornada con fajas de azulejos que semejan rebozos. Considerado como un templo de transición entre el estilo barroco churrigueresco y el neoclásico que floreciera en el siglo XIX, esta iglesia pertenecía al Convento de Monjas del mismo nombre y en cuyo claustro se alberga hoy el Museo José Luis Cuevas. En este templo fue enterrado Miguel Cabrera, reconocido pintor novohispano.
Miguel Cabrera nació en Antequera de Oaxaca en 1695. Los nombres de sus padres son desconocidos, pero de sus tíos se tiene noticia de que fueron una pareja de mulatos. Se presume que se formó en el taller de José de Ibarra en donde inicia su actividad artística hacia 1740. Cabrera tal vez sea el pintor novohispano más conocido en México, puesto que se le atribuyen trescientas obras aproximadamente. Por una parte, se encuentra su pintura relativa a la vida de diversos santos, como Vida de San Ignacio en la Iglesia de La Profesa en la Ciudad de México y Vida de Santo Domingo en el monasterio de la misma ciudad. Su obra ganó tal fama y reconocimiento en la Nueva España que llegó a ser pintor de cámara del arzobispado de México, Manuel Rubio y Salinas.
La pinturas es del pintor de origen oaxaqueño Don Miguel Cabrera y se titula, el suplicio de Santa Prisca.